miércoles, 7 de diciembre de 2011

No me da la gana

Que si necesito madurar, que si no quiero ganar dinero. ¿Que soy una pobrecita que no sabe lo que quiere? Que me digan quién sí. ¿No haces lo que debes hacer sólo porque no te da la gana?

Y es que nunca entenderé por qué se aferran al físico, si al final lo único que te queda es el pensamiento. Se concentran en no perder uno sólo de sus bienes, cuando deberían preocuparse por adquirir el conocimiento. No estás vivo gracias al dinero, estás vivo porque la naturaleza así lo quiso.

Dicen que es una etapa, dicen que voy a acabar conformándome.
"¿Para qué te cuestionas? ¿Para qué te atormentas? Debes conformarte, debes aceptar el lugar en donde estás y entender que no puedes cambiarlo". He contribuido, me apena aceptarlo. He demostrado toda esa mediocridad. Sólo quiero que unos pocos me comprendan, que quieran lo mismo que yo y que también les duela verse tan encerrados. Me lastima ver que lo que quiero es imposible porque tengo un compromiso con mi entorno, tengo que cumplir todas las promesas implícitas que he hecho. Es duro prometer algo que va en contra de tu naturaleza.

"¿No quieres ser feliz, olvidar todas estas majaderías, y dejar ser?" Sean lo que prefieran, sean esclavos, sean ciegos, sean felices. Para mí la felicidad es paz, es vitalidad, es armonía. Es una vida de equilibrio, de conocimiento, de satisfacción. Equilibrio con el universo, no con el cuerpo que tanto me estorba. No se comprende a la vida simplemente tocando lo que hay, mirando la superficie. Lo que es observable, existe, lo que no, es pura fantasía. Yo no creo que mi razonamiento sea una invención de charlatanes, no creo que el poder de mi mente se limite a 5 míseros sentidos con los que puedo percibir la única y absoluta realidad. Yo creo que mi conciencia es un camino al conocimiento, que hay habilidades desconocidas que nos negamos a liberar. Tanto que sentir, y  aún así vivimos en lo erróneo, en lo fácil. Porque qué sencillo es vivir así, sin pensar, sólo obedecer, acatar, conformarse. No, no soy conformista.
Seguiré luchando por rebelarme al retroceso, al estancamiento. Quiero seguir adelante, avanzar en la evolución, expandir mi conciencia, pensar para siempre. Escaparme de la jaula que es mi cuerpo y reunirme con mi verdadero espíritu. Sólo quiero libertad, nada más que libertad e infinito; sin tiempo ni una vida a contrarreloj.


Y no. No me da la gana.



C.C.

jueves, 18 de agosto de 2011

Me pasó quedito

Un día me abandoné y después de unos años me reencontré. Me fui desvaneciendo poquito a poco, tal vez ni siquiera lo sentí de verdad. Tal vez nunca desaparecí por completo, sólo me iba volviendo cada vez más transparente y un poco más y más, hasta volver a la opacidad.

Sólo dejé de pensar en mí, en el Yo, en mi jardín mental. Dejé de sentir presión en el pecho, dejé de anudarme cosas a la garganta. No sonreí, no arrugué mi nariz en mi sonrisa pícara. Tampoco bostecé, ni me tallé los ojos por el sueño. No soñaba.

Un día me alejé de mí misma, me fui a quién sabe dónde. Recogí uno a uno los pedacitos de mí y me reconstruí. Pero algo quedó mal, una pieza no encajaba. Era mi boca, que ya ni sabía cómo hablaba; se me olvidó la voz, pero nunca cómo cantar. Con música, así moldeé mi pieza, así me acomodé la boca otra vez.

Un día me volví rompecabezas, pero nunca hallé la forma del resultado. Sólo era colores y manchas, pero aún así el rompecabezas completo. Estaba descompuesta, pero con paciencia lo armé yo solita. El acertijo de mi cuerpo, sin ilustración en la caja.

Después, una noche abrí los ojos y volví a mirar. Me sentía viva y hermosa, contrastaba con la oscuridad siendo yo mi propia luz. Caminé de nuevo, me levanté y estaba terminada. Había vuelto de mi abandono en la noche, después en la madrugada, mi preciosa madrugada.

Un día fui yo a medias, fui yo de mentiritas. Se me acababan las excusas, debía volver a ser verdadera. Recordé mi voz; recordé que era suave, aguda y grave dependiendo de la sonrisa en los ojos. Pronuncié mi nombre y amaneció otra vez.

Mi triste madrugada, prometo volver cuando tenga el valor de descomponerme otra vez.
Prometo volver cuando olvide mi voz en la garganta.










C.C.


viernes, 29 de julio de 2011

Sin despedida

Huérfanos a consecuencia del odio, del complejo y el perjuicio; huérfanos sin hogar, con el pasado que duele hasta los huesos.
¿Cuánto dolor emocional aguanta un ser humano con buena salud? ¿Hasta qué punto no soporta más, y perece? Es difícil afrontar el grado de atrocidad que un hombre puede provocarle al mundo entero; la inteligencia, astucia e ingenio mal enfocados.Una historia que se cuenta a través de los siglos, que no deja de ser más punzante conforme pasa el tiempo.
Sobrevivientes sin más pertenencia que sus propias manos, sin otro pasado mas que el destruido. Una vida por construir, por reponer y restaurar desde las ruinas.
¿Es preciso decir una palabra más al respecto? ¿Es prudente lamentarse y hacer del recuerdo algo penoso? No cabe duda que opiniones en el mundo sobran, que las cosas suceden y las conclusiones no se hacen esperar. Las personas que deciden continuar, que aceptan el sufrimiento sin compadecerse de si mismos, que pueden levantar la mirada inundada de lágrimas y seguir mirando, esas personas prevalecen y dejan sus huellas en el concreto frío.
Perder a sus seres queridos, a sus seres amados, y añorarlos incluso después de vivir años de recuerdos y del renacimiento. Ser arrebatados y torturados, forjados para ser la nueva fuerza después de la devastación, para ser la calma después de la tormenta.
Una última mirada al hogar, en el pensamiento. Un adiós sin despedida.



C.C.

jueves, 9 de junio de 2011

Más allá

¿Qué tan rápido desaparecimos? Desvanecidos en el suelo, fuimos más allá del tiempo. ¿Alguien escucha, sobrevive? Los vacíos en el terreno me dicen que sucedió en otra época. ¿Es acaso un sueño, una despedida? Por milenios permanecimos, absortos en nuestra metafísica, existiendo paralelamente. Cansados estamos, queremos despertar. Nacer y materializarnos; hacer, tocar.
Así queremos, entraremos al mundo donde completaremos otro ciclo. Muerte, vida, color.
Es así como acaba, como empieza, como el infinito.
Le llamo vivir por siempre.



C. C.

domingo, 15 de mayo de 2011

En las Paredes

Me quedan los ruidos en las paredes. Todo se ha ido: las motivaciones irracionales, las náuseas de madrugada, los silencios inesperados. Incluso mi visión borrosa, aquella que me provocaba ver movimiento donde no lo había. Ahora sólo queda esta sensación en los oídos, estos ruidos que sé perfectamente provienen de las paredes.
Empezaron como un tímido golpe a media noche. Sentí el correr de mis pensamientos, generalmente sobre nimiedades, seguir su curso libremente. Sin previo aviso, se hizo el silencio repentino en mi cabeza, como si mi mente me obligara a prestar atención por un segundo. Entonces surgió el golpe. Así, pequeño y cohibido. Ignorándolo y adjudicándoselo a un ser biológico insignificante, me dormí tranquilo.
Así pues, tenía periodos en los que las pausas mentales eran inevitables y el pequeño y tímido golpe surgía cotidiano, expectante. Comenzaba a acostumbrarme, aunque trataba a toda costa de que mis pausas mentales fueran mínimas.
Cierto día observé el lugar de donde, según mi parecer, provenía el sonido. Ningún rastro, ninguna huella. Toqué la pared, esperando sentir algún cambio de temperatura o rugosidad que delatara una presencia o fenómeno. Pegué el oído, olfateé la superficie color durazno. Nada. Me olvidé del asunto y seguí con mi rutina diaria.
Al final del día, justamente a media noche, el tímido ruido se transformó en dos violentos. Sobresaltado, salté de la cama y me puse en guardia esperando el tercero. Prevalecía la calma, el silencio abrumador, a la vez pesado e incómodo. Sentí el hormigueo en la espalda y giré rápidamente sobre mis talones. La oscuridad total parecía reírse de mí, me veía con sus ojos soberbios y envolventes. “Eres un estúpido, vuelve a la cama y deja mis asuntos en paz”, parecía que gritaba. Obedecí y volví a recostarme nervioso y un poco avergonzado. Maldita oscuridad todopoderosa.
Mi sorpresa se acentuó cuando los golpes comenzaron a esparcirse por la habitación, como si ésta fuera una caja en las manos de algún niño malvado. Comenzaron violentos en el rincón, trazaron un camino horizontal hacia la pared sin ventana, después un círculo en el techo y culminaron en el piso justo debajo de mí. No lo podía creer, fue el chorro de adrenalina más poderoso que he experimentado en toda mi frustrada existencia. Corrí como un desquiciado hacia mi cama y me refugié en las inútiles sábanas. Los golpes cesaron, pero pareciera que se alojaban en el palpitar de mi corazón. Lloré espasmódicamente, sentía el sudor frío correr por mi cuero cabelludo y mi espalda.
Me rehusé a dormir lo que restaba de la noche en aquella habitación maldita. Me sentí un estúpido y decidí convencerme de que no pasaba nada. Me removí en la cama y cerré los ojos. Comencé a sentir una presión extraña en los oídos cada vez más profunda. Abrí los ojos y me encontré con la negrura del cuarto. “Estás sugestionándote”, pensé. La presión no se quitaba y al borde de la histeria, llegó otro golpe. Uno sólo, en la pared que se encontraba frente a mí. Colérico, corrí hacia la pared golpeándola justo en el centro. En respuesta inmediata, la habitación fue bombardeada por golpes en las paredes, el techo, el piso, en todos lados simultáneamente. Era un ruido insoportable, sobrenatural, enfermizo. Gritaba y pedía silencio, rogaba por que parara. La violencia con que la calma era perturbada parecía aporrearme en el espíritu, no me causaban daño físico pero sentía mi interior desmoronarse. Nunca conocí el verdadero significado de la desesperación hasta esa noche. Me rendí tirado en el suelo y finalmente paró. Tenía la cara húmeda y los pies engarrotados. Todo me daba vueltas, el piso era techo, a veces pared, luego puerta y después infierno.
Amaneció. Me levanté del suelo sintiéndome perdido y extrañamente magullado. Avancé hacia la puerta y me pareció inmensa la distancia. Giré la perilla, pero la puerta no cedió. Furioso, la azoté tanto como pude. Comprendiendo que estaba atascada, me giré en redondo para observar el cuarto. De pronto, los recuerdos de la noche pasada se agolparon en mi cabeza, todos juntos, inmensos, llenándome la visión de una negrura absoluta. Me acurruqué en el rincón más alejado de donde provinieron por vez primera aquellos golpes sobrenaturales. El sonido palpitante de la noche regresó a mi mente como el eco, idéntico, infalible, inevitable.
Un escalofrío me recorrió el templo que conservo como cuerpo, subió desde el centro de mi pecho hasta la nuca, donde se expandió hacia todas direcciones en mi cabeza, caminando, acariciando, llenando mis nervios de frialdad. No podía saber en qué tipo de situación me encontraba, todo parecía opaco y extrañamente borroso. Me sentí totalmente embriagado de confusión y desgano; dejaría que el tiempo se me descongelara por la piel, que corriera solitario frente a mis ojos, pues ya no quería seguir mirando.
Así, sin percatarme de ello, pasó el día completo en un siniestro estado catatónico. Llegó la maldita noche, la que hace algunos meses me parecía la única cosa que valía la pena esperar.  La maldad en las paredes resurgió de su matutina vigilancia y comenzó a deshacerme en sollozos. Su ruido ahora era profundo y con un ritmo similar a los tambores usados en ritos macabros, como si me preparara para alguna presentación estelar en un teatro de locos. No dejaría que se burlara de mí, no me humillaría una vez más frente a un público invisible y sádico.
Me levanté de un salto, cogí la silla que tanto me había sostenido con paciencia y la estrellé contra la puerta que me brindaría la tan anhelada salida. La rompí lo suficiente como para destrabarla y la abrí de par en par. Maldita la hora en que descubrí la escena horrible que me preparaban los muros, pues al otro lado de la puerta se encontraba ni más ni menos que la misma habitación, colocada simétricamente igual que como si se hallara frente a un espejo. Mis ojos no creían lo que veían, querían asimilarlo pero les era imposible. Entré tambaleando a la habitación reflejada, con una clara mueca de horror y desprecio ante tan inverosímil juego sucio.
Lleno de rabia, inhalé suficiente aire como para provocarme dolor en los pulmones. El ritmo macabro proveniente de las paredes no cesaba, incluso aceleraba en pequeña proporción poniéndome los pelos de punta, presionándome a seguir más rápido el camino hacia la locura. Me dirigí hacia la ventana alta, colocada en la cabecera de la cama que me vio dormir suavemente tantos años. Podía observar el paisaje del campo, pero no me rendiría a pesar de encontrarme a más de 4 metros de altura. Mi objetivo era salir de la habitación, refugiarme en el exterior de los muros, esconderme de la música inmunda. La abrí violentamente, pero no sentí ninguna brisa del exterior. Me agazapé como pude y lancé una última mirada triunfal a la habitación, dispuesto a saltar hacia la libertad que tanto añoraba. Al caer, pude sentir un suave colchón en mi espalda, una almohada confidente y un olor propio de mis horas de sueño. Lancé un grito inhumano, una muestra infalible de la frustración que me carcomía. Lancé patadas, golpes y maldiciones. Había caído de nuevo en la habitación, comprobando con terrible certeza que no había escape a los horrores del encierro.
Caí al suelo, me dejé seducir por el ritmo y me arrastré al escritorio. Escribí el tormento transcurrido en las últimas 30 horas, mientras las palpitaciones en las paredes me dictaban las palabras. Era un mensaje incierto, que me obligaba a plasmar la esencia más primitiva de la desesperación. Me instaba a documentar su propio experimento, un experimento que logró destazar mi cordura y llevarme al borde de la subconsciencia. Existía sólo para escribir lo que me susurraba al oído, lo que los muros habían estado haciendo conmigo.
Ahora me llega el final, la claridad, aquella que pocos hombres han sabido entender y que otros más han llamado “demencia”. El momento crucial, cuando la realidad triunfa y los conceptos de bien y mal se reducen a simples complejos humanos, a pequeñas distracciones para la existencia de algo superior a nosotros. Un pequeño mareo, un dato curioso que vale la pena estudiar; esos conceptos que los hombres usan como base de sus pobres pero interesantes vidas.
Sigo escribiendo, a toda velocidad, pero ahora no puedo saber lo que es rápido o lento. He dejado los sentidos atrás, me he fundido en la inmensidad de la vida, aquella infinita y enigmática vida. Si encuentran mi cuerpo escribiendo incoherencias sin parar, no se quiebren la cabeza intentando comprender, ahora mi mente existe antes y después, en todos y en ningún lado. He pasado a otro nivel, un nivel en el que no necesito mi cuerpo para subsistir, en el cual puedo ser y prevalecer, como fantasma o como voz susurrante. Bienaventurados los ignorantes, no les deseo de ninguna forma el conocimiento absoluto, aquél que separa de la fácil y entrañable vida terrenal.




Este escrito fue hallado en la residencia del escritor Marcus Huntington.
Fue trasladado al hospital Santa Martha, donde yace en estado de coma. No se sabe a ciencia cierta la razón de su delirio, ni si las alucinaciones fueron consecuencia de su constante aislamiento.
Nunca se determinó con exactitud la causa de las profundas grietas halladas en las paredes.


C.C.

lunes, 25 de abril de 2011

Difícil

Como correr dentro del agua, o nadar en el precipicio. Es difícil explicar todas aquellas acciones que se pueden clasificar como fácil o complicado. Entre la dificultad moral que implica matar un insecto que puede ser ponzoñoso, pero tiene derecho a vivir, hasta las palabras que pueden iniciar o terminar una relación enriquecedora.
Mucho más difícil aquello de decidir, escoger tu camino, el rumbo, los pasos, la intensidad. El fin que tiene tu vida, un propósito fijo o uno donde no exista objetivo. Como que tu propósito sea no tener un destino escrito aunque, claramente, no es tu elección. O tal vez sí, pero es difícil saberlo.
Es difícil no sentirte la piel, no tocarla, ni olerla, ni mirarla. Seducirte a ti mismo y sonreír. Entrever pequeñas arrugas que se han formado por el movimiento y la expresión. Arrugas que conducen y unen distinas partes de tu ser, que te gusta analizar y mirar a fondo. También te gusta imaginar ríos de vivencias corriendo dentro de ellas, peces con citoplasma que se reproducen y dejan brillar sus escamas llenas de lípidos y proteínas. Crear de tu cuerpo un mundo en miniatura que te encanta llevar a todos lados. Y que no dejas de acariciar a media noche.
Es tan complejo que no te deja más opción que aceptar la idea de que no hay un principio ni un fin. Es un siempre, que se transformó cada vez que alguien imaginaba un mundo pequeño.

Es difícil no escribir las ideas corridas en el cerebro de una adolescente, mientras se escucha Radiohead a todo volumen.



C.C.