Un día me abandoné y después de unos años me reencontré. Me fui desvaneciendo poquito a poco, tal vez ni siquiera lo sentí de verdad. Tal vez nunca desaparecí por completo, sólo me iba volviendo cada vez más transparente y un poco más y más, hasta volver a la opacidad.
Sólo dejé de pensar en mí, en el Yo, en mi jardín mental. Dejé de sentir presión en el pecho, dejé de anudarme cosas a la garganta. No sonreí, no arrugué mi nariz en mi sonrisa pícara. Tampoco bostecé, ni me tallé los ojos por el sueño. No soñaba.
Un día me alejé de mí misma, me fui a quién sabe dónde. Recogí uno a uno los pedacitos de mí y me reconstruí. Pero algo quedó mal, una pieza no encajaba. Era mi boca, que ya ni sabía cómo hablaba; se me olvidó la voz, pero nunca cómo cantar. Con música, así moldeé mi pieza, así me acomodé la boca otra vez.
Un día me volví rompecabezas, pero nunca hallé la forma del resultado. Sólo era colores y manchas, pero aún así el rompecabezas completo. Estaba descompuesta, pero con paciencia lo armé yo solita. El acertijo de mi cuerpo, sin ilustración en la caja.
Después, una noche abrí los ojos y volví a mirar. Me sentía viva y hermosa, contrastaba con la oscuridad siendo yo mi propia luz. Caminé de nuevo, me levanté y estaba terminada. Había vuelto de mi abandono en la noche, después en la madrugada, mi preciosa madrugada.
Un día fui yo a medias, fui yo de mentiritas. Se me acababan las excusas, debía volver a ser verdadera. Recordé mi voz; recordé que era suave, aguda y grave dependiendo de la sonrisa en los ojos. Pronuncié mi nombre y amaneció otra vez.
Mi triste madrugada, prometo volver cuando tenga el valor de descomponerme otra vez.
Prometo volver cuando olvide mi voz en la garganta.
C.C.